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El ajedrez en el lúdico universo narrativo de Julio Cortázar

Fue en Ixelles, pueblo cercano a Bruselas, la capital belga, donde nace Julio Cortázar (1914-1984). Esa geografía de origen, como tantas otras, caerían bajo las garras nazis, impulsando las migraciones compulsivas. Con lo que el futuro escritor pronto rumbearía con destino al cono sur de Sudamérica. Y, desde allí, a partir de su experiencia vital, se transformará en universal, gracias a la magia de su literatura.

En los años 50 residió en Italia, España y Suiza y, tras su prolongada estadía en la Argentina, donde se formó y forjó, cuando su patria adoptiva sea nuevamente era gobernada por dictadores, regresará a Francia (ya había vivido antes allí, en sus mocedades), adoptará la nacionalidad gala (en 1981) y terminará por morir, en su amada ciudad de París, desde donde tanto escribió sobre su añorada Buenos Aires.


Julio Cortázar, pese a su cosmopolitismo, o habría que decir tal vez que gracias a esa cualidad, que compartiría con su patria de adopción, se transformará en uno de los máximos escritores argentinos de todas las épocas. Es que aquí surgieron sus mejores escritos, concebidos y redactados en el rico y potente idioma castellano.


[PARIS, FRANCE - NOVEMBER 27: Argentinian writer Julio Cortazar poses at home on November 27, 2003 in Paris,France. (Photo Ulf Andersen/Getty Images)] Julio Cortázar


Cortázar, como muchos de sus contemporáneos, no quedará al margen del influjo en su obra literaria del ajedrez que aprendió en Banfield, localidad de la provincia de Buenos Aires, en la que su familia se afincó hacia 1922. El autor, respecto de su vínculo con el pasatiempo, en alguna oportunidad aclararía:

“El ajedrez es un juego que me apasionó de joven, pero un buen día me empezó a tomar demasiado tiempo y entonces lo eliminé”.

A lo largo de este trabajo veremos que Cortázar, al menos en su literatura, estará bien lejos de suprimir absolutamente a este juego que tanto lo había cautivado en épocas tempranas. La traductora y escritora argentina Aurora Bernárdez (1920-2014), quien fuera su esposa, ha sugerido, sin demasiadas precisiones, en lo que sería una primera aproximación que podría haber vinculado literariamente al escritor con el ajedrez, que Cortázar habría participado en el marco del equipo de traducción de la novela Ferdydurke de Witold Gombrowicz (1904-1969).


Es sabido que ese proceso, mediante el cual esa obra maestra fue llevada del idioma polaco al castellano, muchas veces mediando las disputas que surgían en una tercera lengua: el francés, fue producto de una enjundiosa tarea (por su complejidad y resultados se habla más bien de “versión” y no de traducción) realizada en la década del 40 en la sala de ajedrez del Café Rex, ubicado en la Avenida Corrientes 837 de la capital argentina.


Ese lugar era dirigido por Paulino Frydman (1905-1982), un excelente jugador de ajedrez del equipo polaco que quedó en el país, como su compatriota Miguel Najdorf (1910-1997), y tantos otros (entre ellos Gombrowicz quien, coincidentemente, había venido al sur por otros motivos), al declararse la Segunda Guerra Mundial en 1939, cuando en Buenos Aires se estaba disputando el Torneo de las Naciones.


El denominado “Comité de Traducción de Ferdydurke” estuvo bajo la dirección del poeta cubano Virgilio Piñera (1912-1979), y contó con la participación de muchos hombres de letras locales. Pero, pese a los dichos de Bernárdez, Juan Carlos Gómez, el biógrafo argentino de Gombrowicz, parece desmentir la posibilidad de que Cortázar hubiera sido partícipe de ese trabajo y agrega:

“Existen pocos puntos de encuentro entre estos dos escritores insignes”.

Por lo demás, el propio Gombrowicz, cuando en 1947 presenta su libro, publicado por la editorial Argos, enumera a todos y cada uno de los colaboradores de la traducción, entre quienes no aparece Cortázar. Sin embargo hay un punto de conexión entre el escritor argentino y el polaco. Es que en Rayuela, la novela emblemática de Cortázar, concretamente en su capítulo 145, se habrá de incluir un fragmento de la traducción a nuestra lengua del trabajo del polaco, donde se menciona el:


“Prefacio a Filidor forrado de niño” (Filidor: ¡Philidor!)”


A propósito de Rayuela, en esa obra aparecida en 1963, se introduce al ajedrez desde sus propios inicios cuando, al describir a una de sus figuras emblemáticas, la mítica Maga, se expresa:


“Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo-Maga que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la araña Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil..”..


En otro sitio del texto, en un diálogo que de nuevo la Maga sostiene con otro personaje, uno de nombre Gregorovius, aquella confesará:


“Me interesa mucho las conductas de mis conocidos, es más apasionante que los problemas de ajedrez…”.

De ese modo, con esa proclividad a conocer a los otros, se podrá descubrir, por ejemplo, cuestiones tan diversas, como que Wong se masturba y que Babs practica una especie de caridad jansenista. Mas luego, algo irónicamente, se afirma que es “fácil” postular la existencia de un “ajedrez infinito”, juego que reaparece cuando se dice:


“…Jugada veinticinco, las negras abandonan — dijo Morelli, echando la cabeza hacia atrás. De golpe parecía mucho más viejo—. Lástima, la partida se estaba poniendo interesante. ¿Es cierto que hay un ajedrez indio con sesenta piezas de cada lado?/—Es postulable —dijo Oliveira—. La partida infinita./Gana el que conquista el centro. Desde ahí se dominan todas las posibilidades, y no tiene sentido que el adversario se empeñe en seguir jugando. Pero el centro podría estar en una casilla lateral, o fuera del tablero./—O en un bolsillo del chaleco…”.


Algunas referencias adicionales del escritor en Rayuela. Primero se aclara que:

“…un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues…”.


Por fin, se incluirá en Rayuela el siguiente comentario:


“Etienne le pasó su paquete. Con la llave en la mano, Oliveira no sabía qué decir. Todo estaba equivocado, eso no tendría que haber sucedido ese día, era una inmunda jugada del ajedrez de sesenta piezas, la alegría inútil en mitad de la peor tristeza…”.

A poco de comenzado el libro, surge un personaje representado por una compositora y concertista de piano, no muy exitosa por cierto (de hecho se aprecia que, a medida que transcurre uno de sus conciertos, el público va abandonando la sala irremediablemente): se trata de Berthe Trépat. Y ese, aunque no acentuado, es el mismo apellido que tuvo la histórica jugadora argentina de ajedrez, quien vivió entre los años 1910 y 1971, que aún hoy conserva el récord de ostentar la mayor cantidad de títulos de campeona nacional. El editor español de la obra, Francisco Paco Porrúa (1922-2014) asegura:


“En Rayuela hay personajes que están escondidos. Hay una Berthe Trépat pianista; un nombre inventado. Ya publicada “Rayuela”, o por publicarse, en un periódico de Buenos Aires apareció el reportaje sobre una señora que había ganado el campeonato femenino de ajedrez. Se llamaba Laura… Colicciani… algo así, un apellido italiano. En el reportaje hablaba de su vocación: “Mi verdadera vocación era el piano, la música”. Ahora, se llamaba Laura Colicciani, pero en el medio apareció Berta Trepat: Laura Berta Trepat Colicciani. El Berta Trepat estaba escondido ahí, y era la pianista que aparece en Rayuela”.


Como se puede apreciar, las referencias no vinculan directamente a la pianista de Rayuela con la campeona argentina de ajedrez. Podría tratarse de un equívoco de Porrúa quien, desde luego, no debería estar demasiado familiarizado con las vicisitudes del ajedrez argentino (en las que no se registra la existencia de figura alguna bajo el nombre Colicciani).



Dora Trepat. Imagen de una nota de la revista El Gráfico del 24 de febrero de 1939 (gentileza de Juan Sebastián Morgado)
Dora Trepat. Imagen de una nota de la revista El Gráfico del 24 de febrero de 1939 (gentileza de Juan Sebastián Morgado)

Dora Trepat. Imagen de una nota de la revista El Gráfico del 24 de febrero de 1939 (gentileza de Juan Sebastián Morgado)


Lo cierto es que Dora Trepat de Navarro, no sólo fue una destacada ajedrecista sino que, también, era profesora de piano. Incluso en una nota periodística que se le hiciera en su juventud habrá de admitir que prefería su afición musical por encima de la deportiva.


O, sea que, si bien no expresamente, tal vez por esas casualidades que según Porrúa eran tan características en la vida literaria de Cortázar (“La presencia del azar en la vida de Julio era cotidiana” por lo que asegura que en Rayuela: “hay personajes que están escondidos”), hicieron que por alguna mágica influencia la pianista del relato quedara vinculada a la campeona argentina de ajedrez. Es que Trépat y Trepat no sólo guardan una virtual completa sinonimia sino que, ambas, eran músicas. Con lo que, una vez más, el ajedrez queda inescindiblemente vinculado a la literatura, al hacer posible que lo ficcional y lo que no lo es terminen siendo mundos del todo emparentados.

Rayuela tiene su propio Cuaderno de Bitácora que surge de un manuscrito que Cortázar define como una guía de navegación para abordar la novela. Allí se incluyen estas referencias: “


Wolf/Mira jugar al ajedrez/No sabe jugar/No quiere aprender”.


Y se concluye muy hermosamente diciendo:

“En las jugadas y en los jugadores sospecha una segunda realidad que un día le será revelada y que no será el ajedrez”.


En El libro de Manuel, novela aparecida en 1973, al describir los zaguanes y patios de una pensión, muy poéticamente los caracterizará de:


“…provinciano tablero de ajedrez con casillas de luna y sombra”.


Al debatir sobre la posibilidad de la Revolución expresará:


“…porque la Joda es una de sus muchas casillas y ese ajedrez no se ganará nunca si yo no soy capaz de ser el mismo en la esquina y en la cama, y yo soy cincuenta u ochenta millones de tipos en este mismo momento”.


Hay que aclarar que Joda es un concepto que, en este caso, emplea el autor para representar una complicada operación tendiente a concretar un secuestro que permitiera un eventual futuro intercambio con presos políticos. Otra situación, en la que se entremezclan las interacciones personales con el ejercicio de cierta cotidianidad, podrá ser descripta del siguiente modo:


“Heredia seguía mirando el jardín, siempre de espaldas. Oscar pensó que la noche iba a ser larga. Susana recortaba la noticia y la guardaba en la cartera. Pero la noche no fue larga, primero la cara de Lucien Verneuil al ver entrar a Ludmilla, Gladis consternada por la inexcusable falta de yerba en una casa francesa suburbana, esas cosas no se hacían, Ludmilla esperando que Gómez le explicara a Lucien Verneuil las órdenes de Marcos, ajedrez entre Oscar y Heredia, entre Heredia y Gómez, entre Gómez y Monique, las ménades en la cocina antes de que oscureciera porque después apagón general, no fuera cosa que los jubilados, distribución tácita de tareas y puestos, Heredia mate en dieciocho jugadas, no se la tomen de un trago, salvajes sudamericanos, mi abuela se la regaló a mi madre para un cumpleaños, eso se saborea gota a gota…”.



Mate que puede ser, a la vez, una deseada acción a alcanzar en el juego como la infusión prototípica de la argentinidad. Es más, en otra mención en este texto, Cortázar dirá:

“el que te dije podía permitirse perfectamente el audaz sincretismo del ajedrez y el cimarrón, no te parece”.


Pero lo más significativo que, en cuanto a ajedrez se expresa en El libro de Manuel, está contenido en el siguiente pasaje en el que se recuerda nostálgicamente al excampeón mundial cubano:


“¿Sería cierto que Capablanca había previsto todas las posibilidades de una partida, y que una noche había anunciado a su contrincante en la cuarta jugada que le daría jaque mate en la veintitrés, y que lo hizo y no solamente lo hizo sino que después demostró analíticamente cómo no había otra posibilidad? Leyendas sudamericanas, pensaba el que te dije que por lo demás apenas sabía mover las piezas y siempre estaba veintitrés jugadas atrás, pero qué útil poder adelantarse un poco en eso de la Joda porque las cosas eran de una confusión cada vez más palpable…”.


La primera inclusión del ajedrez en la literatura de Cortázar no fue en novelas sino en cuentos. Ello ocurrió en Lejana, relato que forma parte de Bestiario, su primer trabajo, que es de 1951. En él se verá a una novia, algo temerosa que, cuando su futuro cónyuge le plantea un viaje de bodas a Budapest, elucubrará:


Iremos allá. Estuvo tan de acuerdo que casi grito. Sentí miedo, me pareció que él entra demasiado fácilmente en este juego. Y no sabe nada, es como el peoncito de dama que remata la partida sin sospecharlo. Peoncito Luis María, al lado de su reina…“.


El personaje central era Alina Reyes y, en un evidente juego de palabras, y tal vez en otra alusión ajedrecística, a ella se la califica de reina. Está claro que, como dice el autor, Alina Reyes es anagrama de “es la reyna”. Juegos de palabras en el siempre lúdico Cortázar.


En Final del juego, que es de 1956, existirán dos incidentales menciones al ajedrez: 1) “La buena señora no sospechaba nada, claro, y el tío jugaba conmigo al ajedrez…” (En Una flor amarilla). Esa sospecha residía en que, el protagonista, veía en el hijo de la señora la posibilidad de perpetuación, al verse identificado con él (con el recuerdo especular de quien él mismo había sido). A propósito, también con reminiscencias al juego, se dirá: “Así fui conociendo la infancia de Luc entre jaques al rey y reflexiones sobre el precio de la carne, y así la demostración se fue cumpliendo infalible”; y 2) “Entonces empezaron los refugios en el ajedrez o la lectura, el cansancio de tantas inútiles concesiones” (En Relato con un fondo de agua). Aquí el ajedrez es una distracción para los habitantes de una isla, en particular para uno de ellos que quería olvidarse de un inquietante sueño, en el que se le aparecía un cadáver en el río con un rostro que no llegaría a reconocer (y hubiera sido mejor que la cosa quedase sólo en el terreno onírico).


En 1959, dentro de Las armas secretas, se incluye Cartas de mamá, un escrito en el que, al describirse a un tal Nico, para atestiguar que él es “Callado, tan poca cosa el pobrecito”, además de desmentir que juegue al más social y prometedor tenis, se asegura “usted no lo saca del ajedrez y la filatelia” (y el destino del enfermo personaje no será justamente pródigo tras esa descripción que lo llevaba más bien a un mundo introspectivo). En otra instancia las piezas de ajedrez parecen moverse al ritmo del intercambio de quienes expresan:


“—¿Vos te das cuenta?—dijo Luis, cuidando su voz. / —Sí. ¿No crees que se habrá equivocado de nombre? / Tenía que ser. Peón cuatro rey, peón cuatro rey. Perfecto. / —A lo mejor quiso poner Víctor—dijo, clavándose lentamente las uñas en la palma de la mano. / —Ah, claro. Podría ser—dijo Laura. Caballo rey tres alfil. / Empezaron a fingir que dormían”.

Una clásica apertura de partida que es sincrónica a un diálogo, en el que ambas personas se hallan sumamente preocupadas por una noticia que involucra a la madre que da título al relato. Es que la madre en sus cartas, provenientes de la lejana Buenos Aires, parecía confundir a ese Nico, que no era otro que el hermano fallecido (y exnovio de la esposa de Luis) con el primo Víctor. La pareja, cada vez recibía correspondencia más inquietante en la París en la que vivían (¿en donde se habían exiliado para alejarse de esa muerte ocurrida justo cuando ellos se casaban, coronando lo que muchos en la familia habían vivido como una traición entre hermanos?). El muerto estaba de nuevo presente, de hecho parecía que nunca se había ido (se le presentaba a Laura en sueños, una y otra vez). ¡Y ahora regresaba en las cartas de la madre distante!


Era un juego, otro más, en el que podían participar, ya no sólo tres sino cuatro integrantes: la sólo aparentemente feliz pareja en Francia; el hermano muerto; la madre que lo vuelve a traer como una permanente presencia. Así lo establecerá Cortázar al decir:


“Luis encendió un cigarrillo. El humo le hizo llorar los ojos. Comprendió que la partida continuaba, que a él le tocaba mover. Pero a esa partida la estaban jugando tres jugadores, quizá cuatro. Ahora tenía la seguridad de que también mamá estaba al borde del tablero…”.


Un detalle final: la posibilidad de que no fuera Nico a quien aludía la madre en la carta, fue discutida, por la pareja, como hemos visto, mientras jugaban al ajedrez. Pareciera que el taciturno hermano, ese que acabaría prontamente con sus días, y ese que sólo podía distraerse entre estampillas y trebejos, les podía hacer creer a los sobrevivientes que podían desviar la atención de las cosas mientras despuntaban el juego sobre el tablero.


En ese momento su exnovia y, habría que decir, su exhermano, ese que dejó de serlo al birlarle el amor de su vida, ese a quien no se atrevían a nombrar siquiera, podía haber sido invocado tan sólo por un error de una mente ya avejentada y tal vez senil. Pero no, su poderosa presencia, más allá de los ritos de la muerte, ahora era del todo real, gracias a esas cartas de una madre que les recordaba al ausente; a un ausente a quien no se podía ni debía olvidar.


Siempre Cortázar, aunque ahora en su cuento La salud de los enfermos, incluido en el libro Todos los fuegos el fuego, que es de 1966, seguirá con alusiones al juego, cuando afirma:

“Pero mamá no pidió nunca que le llevaran el teléfono para hablar personalmente con tía Clelia. Cada mañana preguntaba si había noticias de la quinta, y después se volvía a su silencio donde el tiempo parecía contarse por dosis de remedios y tazas de tisana. No le desagradaba que tío Roque viniera con La Razón para leerle las últimas noticias del conflicto con el Brasil, aunque tampoco parecía preocuparse si el diariero llegaba tarde o tío Roque se entretenía más que de costumbre con un problema de ajedrez. Rosa y Pepa llegaron a convencerse de que a mamá la tenía sin cuidado que le leyeran las noticias, o telefonearan a la quinta, o trajeran una carta de Alejandro…”.


En un cuento que Cortázar le dedicó a Borges, titulado Reunión con un círculo rojo, aparecido en 1977, subtitulado Alguien que anda por ahí, se dice lo siguiente:


“Usted, como pasa tantas veces, no hubiera podido precisar el momento en que creyó entender; también en el ajedrez y en el amor hay esos instantes en que la niebla se triza y es entonces que se cumplen las jugadas o los actos que un segundo antes hubieran sido inconcebibles”.

Como recurso narrativo central, podemos señalar el empleo que Cortázar hizo del juego en El ajedrez en Marte, aparecido póstumamente, que comienza así:


“Los marcianos juegan al ajedrez a distancia, enviándose las jugadas por mensajeros. Las jugadas se describen con montoncitos de ceniza procedentes de diversos cráteres y, por lo tanto, diversamente coloreados, y los mensajeros soplan las pulgaradas de ceniza y el jugador observa las nubecillas de ceniza, las combinaciones de colores que se van formando, y comprende así la jugada que le comunica su adversario”.



Ya el norteamericano Edgar Rice Burroughs (1875-1950), el mismo que se haría célebre con las historias de Tarzán, había planteado esta posibilidad de ajedrez en el planeta rojo (al que denomina jetan), conforme The Chessmen of Mars, libro de 1922. Allí se menciona una supuesta teoría científica por la cual se habría demostrado que sólo son grandes jugadores de ajedrez los niños pequeños, los muy adultos y los deficientes mentales; teoría que, desde luego, sostiene una persona que frecuentemente es derrotado en el noble juego.


El trabajo de Burroughs fue muy influyente en la literatura de ficción, en particular en la de habla inglesa, ya que se habrá de retomar ese argumento del ajedrez marciano, una y otra vez. Por ejemplo en The Renegade of Callisto de Lin Carter (1930-1988), o en A sword for Kregen de la serie Dray Prescot, o en la inventiva de John Norman, (escritor nacido en 1931), quien habla de kaissa, juego que remite en su nombre a la diosa del ajedrez y que es mencionado en su serie Gor.


Volviendo a la versión del ajedrez marciano, la de un Cortázar que también pudo haber caído bajo el influjo de Burroughs, vemos que en su caso también es diverso respecto del terráqueo. De hecho es tan extravagante que:


“Si las “blancas”, por llamarlas así, anuncian: verde, verde, blanco, verde, malva, verde, la jugada es la siguiente: La casa de dos subterráneos se vende a plazos, los tractores de ganchos serán desarmados, el signo de poder entra en la fase de perturbación”. En réplica: “Si las “negras” contestan: verde, verde, negro, rojo, verde, significa: Tu madre deberá saltar el pequeño foso de la izquierda, no sabemos si habrá escaramuzas, los globos de espuma fría pasan de una mano a la otra”.



Sobre el final se podrá advertir la esencialidad de este extraño juego interestelar:


“Como se habrá sospechado, hay casi siempre una parte que eligen en cada jugada. El jugador que recibe el anuncio moverá las piezas indicadas por el adversario (tractores, globos, casa de dos subterráneos) y a la vez deberá reflexionar sobre los elementos subjetivos de la jugada. Hay quienes creen que estos últimos, bien manejados, dan la victoria”.


¡Un triunfo que se logra al “reflexionar adecuadamente sobre los elementos subjetivos de la jugada”! En definitiva, un ajedrez exótico que, pese a sus características, que en lo formal parecen tan extrañas, no se distancia tanto del que conocemos, si nos atenemos a los valores que se ponen en juego en cada ocasión.


Se ha clasificado a Historias de cronopios y famas de 1962 como prosa breve. Allí se incluye Esbozo de un sueño en el que se describe la compulsión de un sobrino por ver a su tío. Las cosas no serán como hubiera querido aquél; es más, al cabo de todo llegará a aliviarse cuando se despide de su pariente. Pero antes, cuando se verifica el encuentro, el diálogo entre ellos se lo presenta así:


“…en ese instante se abre la puerta: el tío está de pie, sonriendo detrás de la puerta cerrada. Cambian algunas frases que parecen preparadas, un ajedrez elástico. «Ahora yo tengo que contestar…» «Ahora él va a decir…» Y todo ocurre exactamente así”.


Yendo a La vuelta al día en ochenta mundos, un inclasificable trabajo de Cortázar que dio a luz en 1967, al discurrir sobre la creación, en particular en lo que concierne a los relatos fantásticos, dirá:


“Alguna vez he podido temer que el funcionamiento de lo fantástico fuese todavía más férreo que la casualidad física”.





Y agrega entonces:

“…he ido viendo que esas instancias aplastantes de lo fantástico reverberaban en virtualidades prácticamente inconcebibles; la práctica ayuda, el estudio de los llamados azares va ampliando las bandas del billar, las piezas del ajedrez, hasta ese límite personal más allá del cual sólo tendrán acceso otros poderes que los nuestros”.


En esta obra se hablará también de un libro del historiador francés Michel Sanouillet (nacido en 1924), en el que se menciona que, en un paquebote en viaje a Buenos Aires en 1918, se encontró el poeta Raymond Roussel (1877-1933) con el gran artista (y ajedrecista) Marcel Duchamp (1887-1968); y que en esa travesía practicaron el juego. Pero resulta que, en rigor de verdad, Cortázar señala que el aludido buque no existió; es más, parece que Duchamp vio una sola vez en su vida a Roussel, aunque sin llegar a interactuar, lo que sucedió en París, en el Café de la Régence donde, por cierto, se lo vio a éste jugar al ajedrez con un amigo. Dos artistas aficionados al ajedrez que no se cruzaron, ni en el tablero ni, tampoco, en un intercambio de palabras o personal.


Novelas y cuentos han sido los géneros principales que ha recorrido Cortázar a lo largo de su trayectoria. Pero también abrevó en poesía y, al hacerlo, no olvidará al ajedrez. Lo incluye en su Ley del poema, que comienza con estos versos:


“Amargo precio del poema,/las nueve sílabas del verso; una de más o una de menos / lo alzan al aire o lo condenan. // Somos el ajedrez de un río, / el naipe siempre entre dos lumbres; / caen las caras y las cruces / a cada curva del camino…”.


Además, a la gran poeta argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972), Julio Cortázar le dedicará estos versos, que aparecen en una carta datada el 9 de septiembre de 1971 en París:


“…Bicho, de acuerdo, / vaya si sé pero es así, Alejandra, / acurrúcate aquí, bebé conmigo, / mirá, las he llamado, / vendrán seguro las intercesoras, / el party para vos, la fiesta entera, / Erszebet, / Karen Blixen / ya van cayendo, saben / que es nuestra noche, con el pelo mojado / (…) y la chica uruguaya que fue buena con vos / sin que jamás supieras / su verdadero nombre, / qué rejunta, qué húmedo ajedrez, / qué maison close de telarañas, de Thelonious, / que larga hermosa puede ser la noche / con vos y Joni Mitchell / con vos y Hélène Martin / con las intercesoras / animula el tabaco / vagula Anaïs Nin / blandula vodka tónic…”.



No podemos menos que recordar que Pizarnik es autora de un poema titulado precisamente Ajedrez, escrito con sus precoces diecinueve años, que dice así:


“todavía la enclítica no destruye / los peones reverentes ante él / millares de montañas/revientan exquisitas / delante del sol rojo/(no sol amarillo) / pensar innato en moldeadas rejas / torta trashumeante de vela sin fogón / quisiera ser masa lingüística para cortarle la barba / ondas en preciosa lumbre / alzar bandera gratuita / kilómetros de nueces / y golpes en relevante torniquete”.


Cortázar y Pizarnik. Los unió el afecto y el talento. Los unirá por siempre la poesía. Y, de algún misterioso modo, también el ajedrez. En el terreno epistolar, se conoce una carta que le escribe al escritor galo Jean Barnabé, en la que Córtazar se sincera diciendo:


“Somos tan complicados, nosotros, tan llenos de misteriosos resortes, de resonancias secretas, de alianzas y hostilidades, de encuentros y desencuentros… Jugamos un ajedrez casi demoníaco, y maravilloso…”.

¡Una frase de perfecta sonoridad! ¡E inmenso sentido!

A lo largo de estas líneas se ha querido señalar la relevancia que ha tenido el ajedrez en la obra de Cortázar. Por cierto que, para un autor cuya obra más emblemática esté representada por su novela Rayuela, está del todo claro que los juegos han tenido una presencia central en su obra.


Descubrimos ese espíritu lúdico cuando el autor nos invita a leer Rayuela en un orden distinto respecto de los de la enumeración consecutiva de los capítulos. Y, también, lo comprendemos cuando nos ofreció 62 Modelo para armar, un trabajo que surge, precisamente a partir de una idea planteada en el capítulo 62 de Rayuela, que es en sí mismo un rompecabezas (en el que colaboró Xul Solar, el eximio e inclasificable artista que fuera el creador del panajedrez). Lo hacemos adicionalmente cuando abrevamos en su serie de cuentos, publicados en 1956, bajo el explícito título de Final del juego. El propio Cortázar habrá de admitir:


“…siempre he sentido que en la literatura hay un elemento lúdico sumamente importante y que (…) la noción del juego aplicada a la escritura, a la temática o a la manera de ver lo que se está contando, le da una dinámica, una fuerza a la expresión que la mera comunicación seria y formal (…) no alcanza a transmitir al lector”.


En la misma línea, la investigadora Martha Paley Francescato expone la siguiente mirada:

“Es especialmente a través del juego del ajedrez que Cortázar expresa su visión de la vida: el hombre en realidad no es libre, no puede ser libre. Posee libertad, pero esta libertad existe solamente para elegir lo que no le sirve de nada, porque todo lo que hace depende de la posición y movimiento de las otras personas y en última instancia de la `mano` que mueve las piezas”.


¡Y pensar que para Alfonso X el Sabio el ajedrez era el juego que justamente representaba con mayor claridad la idea del libre albedrío! Con todo, esta estudiosa no deja de advertir que Cortázar, con el ajedrez, y también con su emblemática rayuela, intenta transmitirle al lector imágenes visuales de cómo él concibe la vida: no es otra cosa que un juego misterioso.

Adicionalmente, Francescato entiende que, 62 Modelo para armar, puede ser visto también como “un gran tablero de ajedrez”. También cree que la lectura alternativa de Rayuela, por saltos de capítulos, sin perder sentido narrativo alguno, recuerda los movimientos del caballo del ajedrez.


Con los juegos reales en los que se apoyó, como fue el caso del ajedrez, y con los otros juegos, los literarios e intelectuales, con los que trascendería, Cortázar supo transmitir a sus eternos lectores, su profunda visión del mundo y de la vida. Es que, en palabras del propio autor, expresadas en Del sentimiento de no estar del todo:


“Me aburre argumentar a posteriori que a lo largo de esa dialéctica mágica un hombre-niño está luchando por rematar el juego de su vida: que sí, que no, que en ésta está. Porque un juego, bien mirado, ¿no es un proceso que parte de una descolocación para llegar a una colocación, a un emplazamiento -golf, jaque mate, piedra libre? ¿No es el cumplimiento de una ceremonia que marcha hacia la fijación final de la corona?”.



Podría decirse, ya terminando esta recorrida que, en un lúcido Cortázar, lo lúdico, siendo esencial en su obra, se presenta en ella de un modo lucido. Intuimos que hemos caído en una torpeza al apelar a esos simples anagramas, surgidos sin pretensión literaria alguna.


Pero no nos pudimos en este punto abstraer de, al menos, cerrar esta semblanza de este gran escritor argentino, aludiendo a ese espíritu de juego, el mismo que nos propuso siempre en su literatura. Espíritu de juego que está consustancialmente presente en el ajedrez. Por lo que convive en todos aquellos que amamos, casi por igual, la literatura, de la que Cortázar ha sido uno de sus mejores exponentes, y el más apasionante de los juegos.


Artículo de Sergio Negri * Maestro FIDE e historiador.







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