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El Ajedrez en la Educación

Arte, juego, deporte, ciencia, todo a la vez, la práctica del ajedrez ha demostrado ser una inmejorable herramienta educativa.


Entre otros beneficios, crea hábitos de estudio, disciplina, concentración, percepción integral de la realidad, observación, visión a profundidad, capacidad de anticipación, audacia, sentido común, prudencia, juicio sereno, determinación, etcétera. En tanto duelo de inteligencia, en toda partida el jugador realiza operaciones tendientes a que los procesos de razonamiento y toma de decisiones sean lógicos, coherentes y eficaces. Los pensamientos se integran en un conjunto de secuencias y sistemas dirigidos a ciertos objetivos: obtener cierta superioridad y obligar al adversario a rendirse o darle jaque mate. Para discurrir metódica y eficazmente, el jugador aplica principios, sistemas y normas del buen pensar, lo que con el tiempo se convierte en hábito.


Según el doctor Robert Ferguson:


“Hay una correlación significativa entre la habilidad para jugar bien al ajedrez y las facultades espaciales, numéricas, administrativo-direccionales y organizativas.”

Por estas y otras razones, en marzo del año 2012, el Parlamento Europeo adoptó el programa, “Ajedrez en la escuela”, a fin de introducirlo en los sistemas educativos de todos sus estados miembros. En su fundamentación, entre otros argumentos, dice:


“Considerando que el ajedrez es un juego accesible a los niños de cualquier grupo social, puede mejorar la cohesión social y contribuir a los objetivos políticos, tales como la integración social, la lucha contra la discriminación y la reducción de las tasas de delincuencia”

El ajedrez es un juego de ingenio y una réplica de las luchas de la vida real. Una de sus principales características consiste en que contiene muchas opciones, variantes y subvariantes, algunas extremadamente complejas. Por eso su práctica requiere métodos y procedimientos lógicos, cálculo preciso y sobre todo reflexión.


La moderna pedagogía establece que la enseñanza no sólo debe estar orientada a que los alumnos adquieran conocimientos, sino que también desarrollen aptitudes como creatividad, inventiva, motivación por el estudio, pasión por lo que se hace, capacidad de reflexión a profundidad y concentración. La concentración mental se relaciona con la facultad de atender y meditar intensamente. Es un acto mediante el cual la mente capta uno o más objetos, datos o temas que llevan a un fin determinado.


De acuerdo con el psicólogo y ajedrecista Nikolas Krogius:


“La intensidad del reconcentramiento es la premisa psicológica necesaria para profundizar en la actividad ajedrecística.”

Las aptitudes predominantes de los ajedrecistas han sido sintetizadas en cinco cualidades básicas: excepcional memoria visual, capacidad para combinar, velocidad de cálculo, razonamiento lógico y poder de concentración. Esto lo convierte en una herramienta educativa no sólo complementaria de las materias curriculares, sino también de las actividades y retos de la vida real.


Otra de las virtudes formativas del ajedrez consiste en que su práctica confiere valores, esto es, convicciones y principios que determinan una manera de ser y de actuar. Lo primero que aprenden los niños que lo juegan es a respetar las reglas, a ganar con hidalguía, a aceptar con estoicismo las derrotas, a buscar sus causas y a aprender de ellas. También se habitúan a controlar la impulsividad, a respetar al adversario y a ser responsables. La adopción de estos y muchos otros valores refuerza su autoestima, templa el carácter y motiva a buscar el éxito como fruto del esfuerzo, del talento y del mérito, no del azar. De ahí que el gran maestro español Miguel Illescas, en su libro, Jaque mate, dice:


“Si tuviera que señalar sólo unos pocos valores entre aquellos que el ajedrez enseña y requiere, sería el respeto, la honestidad, la responsabilidad y la perseverancia.”



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