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Entrevista con Enrique Rocha

Lamentamos el deceso de nuestro amigo Enrique Rocha y compartimos esta entrevista con Javier Vargas.

En la Fundación Kasparov de Ajedrez para Iberoamérica, lamentamos el deceso recién ocurrido de Enrique Rocha, no solamente uno de los principales actores y una de las voces más icónicas de la Televisión Mexicana, un gran colaborador de nuestra institución y siempre un apoyo a la causa del ajedrez, pero sobre todo nuestro compañero y amigo de nuestro presidente. Su voz y presencia quedan inmortalizados en los videos y promocionales que nos ayudó a realizar. A manera de homenajear su entrañable relación con el juego ciencia, compartimos esta entrevista con nuestro compañero Javier Vargas. Entrevista con Enrique Rocha

Javier Vargas Pereira


“Yo espero mucho del Campeonato mundial de ajedrez que se disputará aquí en México,” dice el actor y ajedrecista Enrique Rocha, en entrevista con chessmexico.com. “Ojalá que se dé un boom enorme, tanto para nuestros jovencitos como para nuestros niños.” Y sugiere que en torno al encuentro “se haga teatro, cine, documentales sobre el ajedrez… El ajedrez debe cosiderarse entre las actividades escolares,” agrega. Define a Jorge Luis Borges, como “el rey blanco del tablero”. De Juan José Arreola, opina: “Era una delicia jugar con él… era un gran teórico, pero no jugaba tan bien, lo rebasaba la emoción, lo rebasaban las posiciones complejas.” Sobre el ex campeón mundial Veselin Topalov, dice: “me parece un hombre excepcional que yo quisiera que de nuevo fuera campeón del mundo.”


Enrique Rocha es actor de teatro, cine y televisión. Nació en Silao, Guanajuato, el 5 de enero de 1942. Comenzó su carrera de actor en el teatro de la Facultad de Arquitectura, de la UNAM. Debutó con la obra “El despertar de la primavera,” del dramaturgo alemán Benjamin F. Wedekind, con Juan José Gurrola. El año 1963, en el ex convento de Acolman, hizo el papel de Hamlet, con el director de teatro clásico Álvaro Custodio. En 1985 fue galardonado con la Diosa de Plata del cine mexicano, por su actuación en la película “Morir en el Golfo”, con argumento de Héctor Aguilar Camín. Ha sido distinguido con varios Heraldos con el reconocimiento de la Selección de Críticos de Teatro. También ha obtenido dos veces el premio de los críticos de Nueva York, al mejor actor latinoamericano de televisión. Empezó a jugar ajedrez en la Casa del Lago de Chapultepec, cuando el escritor y ajedrecista Juan José Arreola organizaba “Poesía en voz alta”, con artistas como Juan Soriano, José Luis Ibáñez, Héctor Mendoza y otros.


¿Por qué juegas ajedrez?


Primero debo decirte que el tiempo para mi es muy valioso, el tiempo de vida. Es importante saber que tienes un espacio donde puedes tener una alegría enorme, un placer fantástico de estar con un amigo, de compartir un juego tan bello. Para mí el ajedrez ocupa un espacio de tiempo que muchas veces es irremplazable. Quiero imaginarme una vida sin ajedrez y creo que sería una vida triste, porque a veces tu soledad o tus espacios no los ocupas en algo trascendente. A falta de una amante, a falta de un amigo, a falta de un trabajo determinado, te quedas en una cierta soledad y el ajedrez llega a suplirlo de una forma total. El ajedrez es como una amante, es como un amigo, es como la vida.


Mencionas el tiempo, ¿de que manera el juego, las piezas, el reloj o el tablero amenizan tu tiempo?


Las piezas van en razón directa al uso que les vas dando en el juego, de tal suerte que a veces un peón puede ser más importante que una torre o que una dama. El tiempo es la parte más sublime. Hay un periodo en el cual no existe el tiempo. Donde se produce una abstracción, donde, a pesar de que tienes el reloj al lado, ya no estás pendiente del tiempo porque te absorbe el juego, se te olvida el tiempo. Cuando un ajedrecista pierde por tiempo me parece sublime, porque es como la vida misma, estás perdiendo el tiempo en tu vida y de pronto la muerte te sorprende. Es cuando te das cuenta que en el ajedrez tenías una razón para estar ahí y en la vida, tal vez, un tiempo de gran placer.


¿Quienes han sido los adversarios más agradables que has tenido?


Bueno, el adversario más agradable que yo tuve, sin duda fue Juan José Arreola, y luego pongo a Luis Lizalde, hermano de Enrique y del gran poeta Eduardo Lizalde. Era muy agradable porque con ellos era un juego para pretextar el diálogo, para pretextar la alegría, para hacer metáforas, para ejemplificar algunas jugadas con cierta literatura, sobre todo Arreola. Con Luis Lizalde era más un delirio de juego, era como la risa, como el sarcasmo cuando uno de los dos no hacía una jugada buena. Era un reto psicológico muy bonito pero siempre cubierto por una condescendencia amistosa.


¿Solían dialogar durante las partidas?


Por supuesto, inventábamos nombres de ajedrecistas, por ejemplo, un ajedrecista se llamaba Joe Malota, otra ajedrecista se llamaba Yolly Apetescu, rumana, por supuesto, otro se llamaba Francois Pesimme, un francés, pésimo jugador, luego había un ganster newyorkino, Joe Malota, que estaba detrás de las peluquerías jugando ajedrez con su mejor amigo y terminaba matándolo. Con este tipo de juego era una verdadera delicia jugar con Arreola. De pronto me decía: “maestro Rocha, está usted jugando como si su caballo fuera un pegazo, muévalo bien. Eso era poesía.


¿Los adversarios más desagradables?


¡Jijo, no sé, mano! No sé... bueno, uno de ellos ha sido Xavier Robles, nuestro común amigo. Es una pesadilla jugar con él. Una vez le gané en mi casa varias partidas y luego se pasó como cinco años esperando volver a jugar conmigo, me invitó a su casa y estaba en una actitud así como de seguridad, de prepotencia, un poco sarcástico y esto me obligó a debilitarme mucho. Sí es un ajedrecista que quiero mucho, no estoy diciendo que me molestara sino que es un jugador muy difícil. También Homero Aridjis es un poco difícil, no es cómodo jugar con él, porque siempre está de por medio: a ver, quién gana, la mirada, estoy mejor que tú, veme a los ojos que soy mejor que tú... voy a apretar el reloj para que veas que soy mejor que tú, más rápido, provocaciones. Pero, te digo, Xavier y Homero son grandes amigos míos. Sobre todo el viejo Homero lo quiero mucho desde hace muchos años.


El escritor Fernando Arrabal comparó el ajedrez con el teatro, que es como la vida, dijo, ¿qué opinas?


Estoy de acuerdo con Arrabal, sin duda. El mero hecho de mover las piezas son verdaderas escenografías.


¿El jugador es como un director de teatro?


Sí, te conviertes en director y un poco en Dios, también, dirigiendo las piezas, sin saber si el diablo va a ganar o va a ganar Dios, el negro y blanco. Sicológicamente el jugador de ajedrez suple un poco la presencia de Dios con el ajedrez. Y es obvio que el teatro es como un ajedrez, porque cada movimiento es teatral, es una escenografía, es una geometría que te puede dar el teatro siguiendo los movimientos del ajedrez. Si tú copiaras con mujeres, con hombres, con personajes del teatro, los movimientos de ajedrez, las posiciones que se van dando se vuelven muy geométricas, muy hermosas, muy escenográficas. Yo estoy de acuerdo con Arrabal. Y luego está lo teatral de la persona que juega, se para, dice alguna cosa, alguna frase para que el otro se distraiga, fuma, habla demás, dice algo irónico para que el otro se descontrole; hay algo de teatro, evidentemente.


¿Y qué sería, comedia o drama?

Comedia, evidentemente. Un drama no puede ser, porque la vida finalmente es una gran comedia. Si no entiendes esto como un azar, como algo que escapa a tu persona, que escapa a querer instrumentar tu vida tal como la quieres, que nunca vas a poder, se vuelve una comedia, bueno, a veces, para algunas personas, como la gente pobre que no tiene posibilidades, se vuelve un drama. Puede ser una comedia dolorosa, no necesariamente una comedia simpática o agradable.


¿Y qué ocurre en un match por el título mundial, como el que protagonizaron el año pasado Vladimir Kramnik y Veselin Topalov, por ejemplo?


Es drama para ellos. El ajedrecista profesional tiene un celo tremendo por ganar, la enfermedad de algunos ajedrecistas es su obsesión tremenda. Yo me compadezco de los grandes jugadores de ajedrez cuya única finalidad es ganar y cuando pierden hay una profunda decepción de sí mismos, hay una impotencia ante la vida y hay un dolor tan profundo, que verdaderamente no quisiera estar en su pellejo. Me acuerdo cuando Spassky perdía con Fischer, lo que le pasaba, luego Karpov, cuando pierde la última partida con Kasparov, donde prácticamente lloró y se tardó un largo rato en asimilar la derrota. El ajedrez puede ser una obsesión y yo no quiero ver el ajedrez como una obsesión, como tampoco quiero ver la vida como una obsesión. Quiero ver la vida lúdicamente. Si la naturaleza ha sido gentil contigo, yo tengo la suerte de ser un hombre boyante, un hombre con capacidad económica buena, que te da la posibilidad de ser feliz, para mi el ajedrez es lúdico, es el juego.



¿El ajedrez y el amor?


Mis dos grandes amores. Prefiero el amor, evidentemente. Yo, entre el ajedrez y el amor, me quedo indiscutiblemente con el amor. El amor al ajedrez es muy grande, pero el otro es incomparable. Para mi no hay otro estadio más bello que el estadio del amor.


¿Hay ajedrez en el acto de seducir?


Hay una seducción, es cierto, si quieres nos vamos por ahí. Hay que mover las piezas, hay que moverlas para seducir. Hay que poner el alfil exacto para que la mujer se dé cuenta, que se vaya del lado izquierdo para que entre después una torre, que se vaya por la derecha para que se defienda. Que le regales un caballo para que ella se sorprenda y te agradezca y la puedas seducir. Que le regales la torre, una casa, por decirte algo, o una flor. Hay mucho de seducción. El ajedrez es seducción, indiscutiblemente que es eso.


¿En ese plano, te consideras maestro, gran maestro o cuál es tu fuerza de juego?


Yo me consideraría en todo caso un seductor. He llegado a ser más seductor que buen ajedrecista.


¿Y cuál es tu nivel de maestría?


Eso habría que preguntárselo a mis ex novias... no, no, yo tengo un privilegio, que es ser actor. El actor siempre tiene una ventaja, una fama, el ser conocido, de tal suerte que a veces confundes si eres tú quien seduce o es la fama la que seduce. Y en esa medida te digo que no sé hasta qué punto soy realmente un seductor; intelectualmente o amorosamente, no sé, o es la fama o es la televisión o es todo. Pero sí sé que el ajedrez es una seducción.


¿Qué es para ti una combinación?


Es que todo es combinación. Cualquier jugada que hagas es parte de una combinación, bien o mal hecha, ¿no? Hay que hacer combinaciones que lleven a un final bueno. Creo que es fruto de una precisión que apunta a un final ganador. Pienso que nosotros, me refiero a Arreola, Lizalde y otros amigos que han jugado conmigo, no hemos sido tan exquisitos para hacer combinaciones. Tendemos más al juego emocional, respondemos más a la emoción provocativa, más que a una combinación profunda. Una combinación es el resultado de una inteligencia muy precisa, que creo que yo todavía no la tengo. Soy muy humilde en eso. Llevo jugando 40 años y me considero un empuja maderas.


¿Qué requiere más una combinación, intuición o imaginación?


Ambas cosas. Creo que el jugador detecta señales sicológicas de lo que va a ocurrir, independientemente del ajedrez te da señales sicológicas, y es ahí donde intuyes lo que va a ocurrir. El juego de ajedrez no es frío, va en relación directa con la personalidad con la cual estás jugando. De pronto un jugador puede notar emocionalmente la próxima jugada y tú intuitivamente la sientes, la presientes, de tal suerte que puedes prevenir la jugada de él por intuición.

Imaginación, obviamente, independientemente del jugador.


¿Cómo defines una clavada?


La clavada es cuando ya la vida te dijo: no te muevas, muchacho. Ya no hay más que hacer, cuando estás en un pozo, en un círculo, en un laberinto y ya no puedes salir de ahí. Suele pasar en la vida también. A veces hay una clavada cuando la pieza ya no se mueve, es una parálisis.


¿Existen recursos para liberarse?


Con un sacrificio, con un sacrificio te liberas. La vida misma te lleva a eso. A veces el destino te está llevando a esa clavada, por decirlo así, y tienes que sacrificar para salir de ella, para liberarte. Y te puede llevar un año o dos años para salir de eso, pero no te queda de otra. La clavada puede ser definitiva, aunque en la vida, todo depende cómo sacrificas y en qué momento.


¿En la vida real te has sentido en zugzwang?


Sí, muchas veces.


¿Nos puedes dar un ejemplo?


Pues, mira, estuve así hace algún tiempo, cuando viví en la zona rosa, donde mi percepción de la vida estaba como muy condicionada a factores que no dependían de mí, dependían de los productores, de Televisa, de la gente que estaba dándome la posibilidad de trabajar. Y yo me sentía con deseos de hacer algo y no podía, regresaba a plantear nuevas cosas y se repetía lo mismo, no había solución, no tenía una respuesta ni una liberad en ese momento. Dependía de la gente que me llamaba para trabajar. Al margen de mi talento, estaba en zugzwang. Y estuve así muchos años, como cuatro, cuando en un tiempo estuve fuera de Televisa que era en ese momento mi casa como actor de televisión, aunque yo en lo particular prefiero el teatro. Y estuve muy orgulloso de haber hecho teatro con Juan José Gurrola, con el mismo Juan José Arreola, con Héctor Mendoza, con Juan Ibáñez, haber ensayado una obra con Jorodowsky, haber estado con Lutwik Margules tomando clases. Pero en un momento dado mi realidad era la telenovela, donde a veces dependes de otros.


¿Qué hiciste con Jorodowsky?


Antes debo decirte que yo nunca le creí a Jorodowsky, nunca me convenció, ni como tarotista ni como psicomago. Estuve en Barcelona hace poco y vi un libro de él, que eran caricaturas sobre las fábulas pánicas que maneja. Le tengo mucho respeto como director de teatro, porque sí fue muy importante en México. En teatro fue fundamental. Yo creo que Jorodowsky revolucionó e inspiró a muchos directores a hacer un teatro muy de vanguardia, muy nuevo; reconozco a Jorodowsky como uno de los mejores directores que ha tenido México, siendo chileno. Pero la parte emotiva, la parte personal, emocional, nunca le creí, ni le creo a su tarot. Para mí es un... no voy a ser duro con él, pero simplemente no le creo. Y está en su derecho a hacer lo que quiera y a lo mejor es verdad lo que hace; yo, no le creo.



¿Qué opinas de Veselin Topalov?


Topalov me sorprendió muchísimo cuando tuve el privilegio de jugar con él en unas simultáneas de la Casa del lago, en Chapultepec, que me recordó las veces que jugaba con Arreola, con Basaguren y con muchísimos otros amigos entrañables. Me dio una impresión muy grande haber estado en Casa del lago porque ahí estuve haciendo, “La cantante calva”, de Ionescu, con Gurrola, y ensayamos “Los poseídos”, de Dostoyevsky. Yo iba con mucha frecuencia y jugaba ajedrez en las mesas que ponían afuera. Entonces esa emoción me permitió darle más crédito a un campeón del mundo, como Topalov. Su sencillez me sedujo, su humildad, en su momento, me sedujo. No es un ajedrecista como vi jugar, por ejemplo, a Tigran Petrosian y a Paul Keres. Éstos eran jugadores de una velocidad inhumana cuando, casi sin verlo, llegaban al tablero del otro jugador. Es lo que sentí cuando estuvieron hace muchos años en el Club de Periodistas. Eran jugadores definitivos, categóricos, no hacían ninguna concesión. Con Topalov no, se reía, te veía, te decía algo, esperaba 30 segundos para hacer la jugada, sabiendo que en 5 segundos pudo haber tirado, pero te concedía un poquito de alegría, de que él pensaba un poco, después que hacías un movimiento. Hubo una jugada en la que él tardó como 40 segundos. Se lo agradecí profundamente. Seguramente él sabía la jugada desde que llegó, pero se quedó pensando, me dio chance de sentirme bien, de sentirme inteligente. Topalov me parece una persona admirable. Además habla español. La conferencia de prensa que ofreció en la Casa del Lago fue muy bella. Me gustó mucho su actitud. No es el campeón prepotente, que tendría toda la razón para serlo, admiro a los prepotentes cuando se lo merecen, no tengo nada en contra de ellos, pero en Topalov se dio una muy bella comunicación con la gente que habló o jugó con él. Después de la partida platicamos, me dijo la jugada que hice mal, un peón que me regaló en el centro. Yo obviamente no se lo comí porque pensé que era un gambito pavoroso. Viniendo del campeón del mundo, si te regala un peón, es porque te va a hacer pedazos. Entonces no lo acepté, pero me dijo: “debiste haberlo aceptado”. Tiene una seguridad total, el dominio total. Yo no sentí que se expusiera. Aunque tiene fama de que se arriesga mucho. Pero en Casa del Lago siento que concedió mucho a los que estábamos jugando con él. Nos dio razones para estar con él. No llegó a ganarnos inmediatamente, que pudo haberlo hecho. Te hace sentir un jugador de ajedrez.

Topalov me parece un hombre excepcional que, de verdad, yo quisiera que de nuevo fuera el campeón del mundo.



¿Juan José Arreola?


Gran viejote, mi queridísimo Arreola, amadísimo amigo, pimponero a morir, tal vez más pimponero que ajedrecista, charlador fantástico, bebedor magnífico. Le gustaba más el vino blanco francés, le gustaba más el blanco que el tinto. Era una delicia jugar con él. Arreola fue un ser muy querido, igual Orso, su hijo, sus hijas, su esposa, yo tuve una gran relación con él. Cuando me casé con Marlene Reyes, que se enamoró del viejote Arreola de una forma espiritual, platónica, como también solía enamorarse Arreola. Desde ahí fuimos muy amigos. Jugábamos pimpón, Marlene, mi mujer, jugaba muy bien pimpón, desde ahí lo conocí y siempre fue muy gentil, una gran persona, un gran poeta, un gran escritor.


¿Quién ganaba, tú o Arreola?


Yo le ganaba, yo le ganaba, lo digo con gran orgullo. Arreola era un gran teórico, pero no un gran competidor. Hay una anécdota genial. Cuando vino Bobby Fischer a México, lo tuvo en su casa un gran amigo que tú conoces, Alfredo Checa. Entonces invitó Checa a Arreola a estar con Fischer en su casa, aunque éste no quería saber nada de ajedrez. Incluso le pidió a Checa que no se hablara de ajedrez. Había una plática trivial, normal, de todo tipo de cosas. Finalmente, Arreola, con su locura, lo convenció de que hablara de ajedrez. Le preguntó, ¿quién hubiera ganado entre Karpov y usted, si hubieran jugado? Y me acuerdo muy claramente que Fischer dijo: “conozco muy bien el juego de Karpov y sé como ganarle. No eludí jugar el campeonato mundial porque pudiera perder con Karpov, pero hay un chavito enorme que se llama Kasparov, que es un gran jugador, y que tendría dudas de ganarle.


¿Así lo dijo?


Así lo dijo. Luego Arreola lo invitó a jugar. Fischer, muy amablemente, le dijo que sí porque le cayó muy bien: la melenota, lo delirante que era, la cara que tenía, que era muy atractiva como ser humano. Llegó un momento en que Arreola dice: “Mi querido Bobby, esta posición se dio hace muchos años entre Capablanca y Alekhine, en la que Capablanca entrega la torre y gana automáticamente. Fischer responde: “hágala, maestro, no hay problema”, y Arreola hace la jugada y cuatro movimientos después queda hecho pedazos… Arreola era un gran teórico del ajedrez, pero no jugaba tan bien, lo rebasaba la emoción, lo rebasaban las posiciones complejas. De pronto una simetría de peones lo desquiciaba. No era buen jugador, se distraía mucho.


¿Jorge Luis Borges?


Jorge Luis Borges es un personaje del tablero, puede ser el rey del tablero, literariamente. La actitud que tuvo ante la vida, esa magia que manejaba, ese sueño constante que está presente en sus poemas y en sus narraciones. Es el rey blanco del tablero. Recuerdo su poema “Ajedrez”. Borges es enorme, es el laberinto ajedrecístico, las cuadrículas, las palabras, todo.


¿Vale la pena pensar tanto para ganar una partida?


No, no vale la pena. Por mucho que pienses vas a perder. Si ganas, será una aleluya, un trofeo magnifico, una coronación muy bella, pero no hay que pensar tanto finalmente, hay jugar, hay que ser lúdico, hay que perder, perder es bello, te hace grande, perder te hace volver a la realidad. A veces tiene más profundidad que ganar, porque te ubica, porque te dan ganas de ser mejor, porque de ahí sale un aliciente. No hay que pensar demasiado en ajedrez, como tampoco en la seducción, tampoco en la vida, tampoco como actor. Aquel que piensa demasiado se congestiona de cosas y llega un momento en que deja de ser natural, deja de ser espontáneo.


¿Pero, cómo salir adelante cuando las cosas se complican?

Por supuesto que hay que tratar de salir adelante, de ganar, no lo estoy negando, no se juega para perder. Pero creo, como el samurai o como los grandes sacerdotes, los verdaderos, que hay que ir con la idea de que perder también significa un triunfo. Cuando dos samuráis se enfrentan van con la idea de perder ambos. Llevando esa idea, ganan. El hecho de ganar es una responsabilidad muy grande, que te distrae. Perder no es una distracción, es un acto natural, como pierdes con una enfermedad, con un accidente o con la muerte. Saber que puedes perder creo que te da la libertad para poder ganar.


Pero hay jugadores, como Jason Alford, aquí presente, que se preparan y estudian para ganar...


Bueno, pero preguntémosle a él si ha llegado a ser campeón del mundo o le ha ganado a muchos jugadores…


Jason Alford responde: no, pues, no.


Continúa Rocha: no, no, es que es tremendo, es tremendo buscar la cúspide. Ser un chelista como Yo Yo Ma o Pablo Casals, es una disciplina tormentosa y tremendamente absorbente, es estar fuera de la vida. El ajedrecista obsesivo está fuera de la vida. Es una lucha a muerte contra sí mismo o contra otro jugador. Es una obsesión. Y luego pasa otra cosa tremenda: que alguien va a ser mejor que tú. Aquí viene una pirámide muy mágica, hablando de Borges y de Arreola, la pirámide del ajedrez, el ajedrecista número uno es como el Dios, el imposible. No sé quien puede ganarle a Kramnik, o quien le puede ganar a Kasparov. Aunque estés como nuestro amigo Jason Alford, que respeto profundamente porque juega muy bien al ajedrez, qué difícil debe ser llegar a la altura de quienes se vuelven ángeles inmortales. Hay quien busca la inmortalidad, quien busca la cima de la pirámide, yo prefiero verla que estar en la cima.


Borges decía que hay una dignidad en la derrota que difícilmente la tiene la victoria.


Creo que ambas, derrota y victoria, tienen su grandeza. En el ajedrez hay que diferenciar, no hay que darle el objetivo de ganar o perder, hay que quitarlo. No es ganar o peder, es jugar.


¿Las tablas?


Las tablotas son muy bellas. Como decía Arreola: “santificarás las tablas”. Las tablas son la apoteosis de la igualdad, la apoteosis de darse la mano, de darse un abrazo y decir, somos hermanos, no tenemos nada a favor ni en contra. Las tablas son bellas, pero a veces muy aburridas porque en un campeonato, por ejemplo, ver tablas como que resulta muy sospechoso, como decían los soviéticos.


¿Qué opinas de las máquinas que juegan ajedrez?


Sería muy bello que fueran unas mujerzotas, que fueran maniquís, que jugaran y se sonrieran cuando hicieran una buena jugada, que se dieran la mano y ver cómo la fantasía de la tecnología pueda rebasar al ser humano y se pueda convertir en algo muy artístico, en algo muy bello.


¿Crees que la máquina pueda hacer algo bello?


Si es bello ganarle a Kasparov, yo creo que eso tiene su grandeza. No, la máquina no me preocupa, es algo cibernético, es una cuestión puramente matemática perfectamente analizable. Me preocupa el ser humano, el jugador, pero la imagen de una pintura, de una escultura de las máquinas jugando, me da mucha alegría. Y luego que jueguen mejor que el hombre, más todavía. Las máquinas ganan porque no tienen emoción, el tiempo para ellas no existe, no se equivocan.


Coincidentemente, el poeta Jaime Sabines dijo algo similar…


De acuerdo. Cuando están programadas perfectamente no tienen por qué perder. El ser humano pierde por emoción. Si en la mañana le dicen a Kasparov que su mamá está enferma, es una forma de azar, aunque se diga que el ajedrez no tiene azar. El azar del ajedrez consiste en que llegues a jugar completamente limpio. Por eso el hombre pierde ante la máquina, la máquina no tiene madre.


En septiembre próximo se disputará el campeonato mundial de ajedrez aquí en la Ciudad de México ¿qué opinas de ese acontecimiento?


Yo espero mucho de eso. Ojalá que se dé un boom enorme, tanto para nuestros jovencitos como para nuestros niños, que pueden tener en el ajedrez una disciplina muy bella, que tengan una educación ajedrecística en toda la república, que se fomente el ajedrez por la disciplina, por ser una actividad pacífica. Yo espero que el Gobierno de la Ciudad de México apoye todo esto. Que se haga teatro, cine, documentales sobre el ajedrez, que se procure un gran boom en torno al juego. Ojalá que no se quede en que sólo 20 personas vayan al Sheranton, a ver el campeonato, sino que haya una expectación real. Incluso los medios de comunicación masivos, como la televisión, deberán apoyar todo esto. Puede ser un gran momento para México, desde tomar conciencia de lo que es un juego tan bello como el ajedrez hasta sus cualidades educativas. El ajedrez debe considerarse entre las actividades escolares. Creo que es fundamental para despertar un gusto estético, un gusto de placer mental, de acercamiento humano, de amistad, de estar junto a un ser humano, de pensar en silencio, de poder adivinar mucho de él, que te adivina también a ti, que es muy emocionante la transparencia del alma del otro individuo. Ojalá que el ajedrez sea un subrayado en la educación de México.


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