El legendario jugador ruso de ajedrez, que ahora vive en Nueva York, es una de las mentes más brillantes de nuestro tiempo. Convertido en un respetado activista por los derechos humanos, defiende que la tecnología no solo es útil para reactivar la economía: también para combatir la injusticia. Él mismo nos lo cuenta. Por C.M. Sánchez/Fotografía: Delvin Yalkin
Garri Kaspárov (Bakú, Unión Soviética; 57 años) dominó el ajedrez durante dos décadas, desde que se proclamó campeón del mundo en 1985 hasta que anunció su retirada en 2005, tras vencer por novena vez en el torneo de Linares. A diferencia de otros ajedrecistas, Kaspárov se reinventó más allá del tablero. Político, activista y escritor, fue encarcelado por Vladímir Putin y rechazaba la comida en la cárcel por temor a ser envenenado, como ha sucedido con otros opositores del presidente ruso.
Kaspárov vive exiliado en Nueva York, donde preside sendas instituciones: Human Rights Foundation, para la defensa de los derechos humanos, y Renew Democracy Initiative, que promueve el uso de la tecnología para renovar la democracia. Siempre se recordará su duelo con Deep Blue en 1997, la supercomputadora de IBM. Fue la primera vez que una máquina vencía a un gran maestro. Hoy, cualquier programa instalado en un móvil es invencible
para un ser humano. Kaspárov es también asesor de la serie de Netflix Gambito de Dama sobre una ajedrecista.
XLSemanal. Usted defiende que la tecnología debería servir para perfeccionar la democracia. ¿Quizá fue una lección que sacó de su enfrentamiento con Deep Blue, que la relación entre hombre y máquina no debería ser una guerra, sino una alianza?
Garri Kaspárov. Absolutamente. Es mi tesis desde 1998, un año después de mi derrota contra Deep Blue. Fue entonces cuando inventé el ajedrez avanzado, en el que los grandes maestros jugaban con la asistencia de ordenadores. Era el ser humano más la máquina, no el ser humano contra la máquina.
XL. Por inteligentes que sean, a las máquinas las crean las personas…
G.K. El humano más la máquina es el presente. Nuestro éxito no vendrá determinado por cómo de rápidas sean nuestras máquinas, sino por lo bien que sepamos trabajar con ellas. Combinar la perspicacia y la guía humanas con el cálculo de las máquinas y el análisis de los datos es una experiencia transformadora. Pero la tecnología no es una ‘varita mágica’. Nuestros problemas son humanos, no podemos culpar a la tecnología o esperar a que nos salve de nosotros mismos. La tecnología es agnóstica, ni buena ni mala. Necesitamos usarla para el bien común donde sea posible y así equilibrar el impacto tremendo que está teniendo en manos privadas.
XL. Para conseguirlo, quizá sea necesario arrebatar herramientas tecnológicas muy potentes de las manos de los que han hecho de ellas un negocio basado en la vigilancia, en nuestros datos y en la adicción de los usuarios. ¿Estamos a tiempo?
G.K. Me temo que no podemos volver a meter al genio de la inteligencia artificial dentro de la lámpara. No lo vamos a desarmar, así que tendremos que aprender a vivir con él, igual que hicimos con la energía nuclear. Las armas son fáciles de fabricar cuando la tecnología es nueva, es como un nuevo virus para el que no tenemos inmunidad. A nuestro sistema inmunológico social y tecnológico le lleva un tiempo fortalecerse. Al final establecemos normas, reglamentos… Pero no sucede espontáneamente; tenemos que basarnos en principios y derechos, que no cambian con la tecnología, aunque cambien las leyes. Por ejemplo, las leyes que protegen el derecho a la privacidad siguen evolucionando al tiempo que lo hacen las tecnologías de la comunicación y de almacenamiento de datos, pero esas leyes están basadas en unos principios que valoramos.
“Muchos de los que están arriba no querrán ver transformaciones que les pueden costar estatus y poder”
XL. Usted sostiene que hay una mayoría silenciosa de moderados cuyas voces no se escuchan en este mundo de ruido y furia. Y apuesta por la tecnología para rescatar el centro político y el sentido común. Pero ha sido precisamente la tecnología la que ha arrinconado esas voces, por lo menos en las redes sociales. ¿Cómo podemos obligar a las grandes tecnológicas a ser más proactivas en la persecución del odio y las mentiras?
G.K. No me gusta esa clase de lenguaje, hablar de forzar a las compañías privadas a hacer esto o lo otro por el bien de la sociedad. Quizá sea por mis antecedentes. Me crie en la totalitaria Unión Soviética y en la actualidad soy un exiliado de la dictadura de Putin en Rusia. Cuando un gobierno empieza a obligar a las empresas a alinearse con lo que dice que es la verdad, te la juegas a que el Gobierno sea de fiar… y que continuará siéndolo. Esto no quiere decir que el Ejecutivo no deba tener un cierto papel en el monitoreo de los medios, como hay ahora, pero prefiero que mantenga las manos alejadas. En ajedrez decimos que «la amenaza de una jugada es más fuerte que su ejecución». La amenaza de llevar a los ejecutivos de las grandes tecnológicas a que comparezcan ante el Congreso, de aplicar definiciones más estrictas del discurso del odio en sus plataformas, en fin, ese tipo de cosas, producen resultados.
“El voto digital es el futuro. Pero necesitamos liderazgo para que haya avances reales y ambiciosos”
XL. Recientemente ha hecho dos propuestas para que la tecnología ayude a salvaguardar la democracia, y ambas se refieren a las consultas digitales, bien como referéndums consultivos o incluso como elecciones con todas las consecuencias.
G.K. El voto digital es el futuro, pero es un futuro distante en la mayoría de los países. Primero hay que implementar toda una infraestructura de identificación verificable y superar otros obstáculos. Pero hay muchas cosas, mientras tanto, que se pueden ir poniendo en práctica. La mayoría de ellas existen, pero las llevan a cabo compañías privadas en beneficio propio. Las corporaciones que son dueñas de las redes sociales se aprovechan de toda la rabia y la división que son tan buenas amplificando. Crear una plaza pública digital y lugares donde la gente puede expresar sus opiniones, a nivel local y nacional, aliviaría algo esa presión.
XL. En España, los ciudadanos ya disponen de herramientas, como el DNI electrónico o la firma digital, que les permiten realizar la mayor parte de las gestiones con los organismos gubernamentales. No parece descabellado pensar que si hemos migrado al trabajo remoto, la telemedicina y la educación a distancia en cuestión de semanas, forzados por la pandemia, se podría experimentar con estas herramientas en la arena política, quizá al principio solo con carácter consultivo o a nivel municipal. ¿Está de acuerdo?
G.K. Totalmente. La pandemia está acelerando tendencias que ya estaban en marcha en la educación y los negocios. Lo mismo está pasando en la política. Necesitamos avances reales y ambiciosos. Solo hay que fijarse en cuánto se han vuelto a equivocar las encuestas en Estados Unidos, a pesar de que fallaron en 2016 y de que se han invertido recursos sin precedentes. Esto no es solo un fallo en los pronósticos; significa que el Gobierno no sabe lo que la gente quiere, lo que necesita. Y eso es un desastre para cualquier democracia. La gente está acostumbrada a dar sus opiniones en tiempo real en las redes sociales, esperar años para votar te da la sensación de que el tiempo se eterniza. Esto lleva a que más gente salga a las calles y más gente esté dispuesta a escuchar a demagogos que hacen grandes promesas. Dicen que el Gobierno no los entiende… y están en lo cierto.
XL. Quizá sea también una manera de que los más jóvenes, nativos digitales, se identifiquen con la democracia y la defiendan. ¿Pero no cree que el establishment político tratará de que las cosas se queden como están?
G.K. El statu quo siempre tiene defensores. Muchos de los que están arriba no querrán ver transformaciones que les puedan costar estatus y poder. Si vas ganando la partida, ¿por qué cambiar las reglas? Aquí es donde hace falta el verdadero liderazgo, pero estos líderes son bastante escasos. Nadie quiere asumir la responsabilidad de cosas que no funcionen perfectamente, así que lo más fácil es no hacer nada y centrarse en el corto plazo, que es lo que les importa.
XL. Pero, para dar un salto así, la gente debería tener garantías de que no se puede hacer trampas. Y vivimos en una época de gran desconfianza…
G.K. No va a ser fácil. Cuando la desconfianza en el sistema y la polarización política es tan alta, trabajar para mejorar la situación puede resultar imposible. Pero si hay suficiente transparencia, y si todos los partidos se dan cuenta de que están perdiendo el control, que los extremistas se están haciendo con el poder, quizá no tengan más remedio que trabajar juntos para garantizar su mutua supervivencia.
“Me temo que no podemos volver a meter al genio de la inteligencia artificial en la lámpara. Aprenderemos a vivir con él, como hicimos con la energía nuclear”
XL. Usted cita al filósofo español Ortega y Gasset, que en 1929 escribió La rebelión de las masas. Lo que siguió a aquella crisis fueron regímenes totalitarios y una guerra. Nosotros hemos sufrido la crisis de 2008 y lo que ha seguido ha sido la irrupción de movimientos y líderes populistas en Europa y en Estados Unidos. ¿La deriva autoritaria va a ir a más?
G.K. Ya está sucediendo, solo tiene que mirar a Hungría, a Turquía. La demagogia populista siempre se enciende en una crisis, ya sea económica o una pandemia. Si el sistema inmunológico democrático no es lo bastante fuerte para resistirlo, si las instituciones no tienen fuerza para defenderse, puede extenderse rápidamente y asentarse profundamente. Y no podemos hablar de democracia sin demos, el pueblo, que tiene una responsabilidad. Si la gente no defiende su derecho a tener una voz, terminará sin ella.
“El humano más la máquina es el presente. Nuestro éxito vendrá por lo bien que sepamos trabajar con ellas”
XL. ¿Y entonces qué?
G.K. Soy optimista porque ahora estamos más informados que en el siglo XX, que produjo los horrores de la Segunda Guerra Mundial y la monstruosidad del comunismo totalitario que esclavizó a millones durante décadas. No creo que tengamos el apetito de esos tiempos oscuros habiendo llegado tan lejos y trabajado tan duro para escapar de ellos.
XL. Hemos visto cómo estallaba la primera guerra de esta pandemia, en Nagorno Karabaj, que se disputan Armenia y Azerbaiyán. Debe de ser doloroso para usted, que tuvo que huir de noche con su familia de su Bakú natal por la persecución étnica de los armenios. Por qué nos debería importar un conflicto en el Cáucaso, tan lejos geográficamente de nuestras vidas?
G.K. Esta pregunta ha llevado a mucha muerte y miseria. ¿Por qué preocuparse por los Balcanes o Ruanda? ¿O Ucrania? « ¿Por qué morir por Danzig?», era un eslogan en Francia en 1939. Hay muchas razones, tanto morales como egoístas, para que nos importen conflictos en tierras lejanas. España y el resto de Europa dependen de la estabilidad para mantener su prosperidad. En el mundo globalizado, las reacciones en cadena son inevitables. Hacer la vista gorda ante la invasión de Ucrania por parte de Putin ha tenido un efecto dominó por todo el planeta y ha debilitado los conceptos de soberanía y unidad en el mundo democrático.
Entrevista vía XLSemanal Por C.M. Sánchez/Fotografía: Delvin Yalkin
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